Este pasaje del Evangelio comienza con un no ver, un ciego, y termina con un ver: «Todo el pueblo, al ver esto, alabo a Dios». No era tonto: estaba precisamente en la entrada de la ciudad de Jericó, sabía todo y quería saberlo todo. Cuando percibió que precisamente Jesús se acercaba, grito y cuando querían hacerle callar, gritaban aún más fuerte. Es una gracia cuando Jesús se detuvo y dijo: mirad allí, traerlo a mí. Así hace que los discípulos giren la cabeza hacia las periferias que sufren. «No me miréis solo a mí. Sí, me tenéis que mirar, pero no solo a mí. Miradme también en los demás, en los necesitados». (17-11-2014).