La cerrazón hace llorar a Jesús; la cerrazón del corazón de su elegida, de la ciudad elegida, del pueblo elegido: no tenía tiempo para abrirle la puerta, estaba demasiado ocupada, demasiado satisfecha de sí misma. Hoy Jesús sigue llamando a la puerta, como llamó a la puerta del corazón de Jerusalén: a la puerta de sus hermanos; a nuestra puerta, a la puerta de nuestro corazón, a la puerta de su Iglesia. Nosotros estamos seguros de las cosas que podemos gestionar. Cuando el Señor visita a su pueblo nos trae alegría, nos trae nuestra conversión. Nosotros tenemos miedo de la alegría que trae el Señor, porque no podemos controlarla (20-11-2014).