-Hoy es el día más duro de la historia. Hoy, ante el silencio reinante, contemplamos la cruz, en su desnudez. Hoy no vemos a Jesús de Nazareth clavado en la cruz, hoy vemos a la humanidad clavada en ese madero milenario. Después de lo que estamos viviendo, de tanto sufrimiento, de tanto exterminio, nos damos cuenta que, siguiendo el camino que estamos transitando, sólo nos cabe la cruz.
-¿Cómo podemos vencerlas? ¿Por qué tenemos que hacer que la vida de las otras personas sean cruces insoportables y nada llevaderas? Jesús, en esta noche santa, nos da una pista: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”. Jesús nos enseña la importancia de CONFIAR, a pesar de los pesares, porque no perdamos de vista que la cruz jamás puede ser la última parada. Tiene que haber algo más.
-Ese algo más comienza desde la misma cruz. Cuando dirigimos nuestra mirada a la cruz donde Jesús estuvo clavado, contemplamos el signo del amor, del amor infinito de Dios por cada uno de nosotros y la raíz de nuestra salvación. De dicha cruz brota la misericordia, la bondad de Dios que abraza, a través de su hijo, al mundo entero.
-Sólo así, de esta forma, por medio de la cruz, dice Francisco, “ha sido derrotada la muerte, se nos ha dado la vida, devuelto la esperanza. La cruz de Jesús es nuestra única esperanza verdadera. Por eso la Iglesia ‘exalta’ la Santa Cruz y también por eso nosotros, los cristianos, bendecimos con el signo de la cruz”.
-La noticia realmente impactante es que las personas, todas y cada una, caeremos, tendremos la sensación de que nos hundimos y que no hay ni salida ni marcha atrás. Que la vida no es fácil, que existen errores que parecen que sean incombustibles en nuestras entrañas más profundas de nuestro ser. Pero Jesús, no lo olvides, murió por TÍ, porque te quiere más de lo que tu te puedes imaginar, más de lo que te quieres a tí mismo, a tí misma.
-Este es el legado de la cruz. Ante una noche infame y de oscuridad absoluta, donde parece que el odio y la violencia han tomado la delantera, se hace presente la humildad, la oración, la sencillez y el poder del silencio.
-Deberíamos analizar y asumir, aunque nos parezca ilógico, cómo afronta Jesús la vida y su muerte, la valentía en decir YO SOY, antes de ser detenido, compadeciéndose de todo un pueblo maleable a la manipulación y el engaño; aquel que lo recibió con palmas el domingo, lo lleva directo al patíbulo con su omisión constante eligiendo a Barrabás.
-Así somos, y la historia nos muestra que somos bastante insistentes en dicha dirección. Que la cruz nos ayude a cambiar el sino de los tiempos, de los otros y del nuestro, que acojamos y que no juzguemos. Si lo conseguimos nuestras cruces serán más ligeras. Para ello, eso sí, sólo se requiere que seamos menos del mundo y más del Dios de Jesús crucificado.
VIERNES SANTO DE PASIÓN, RECOGIMIENTO Y SILENCIO